La estirpe de los takaumas
Breve
relato del origen de los toros bravos de Cercado, Wara Wara y San Silvestre
Entre el año 1850 y las primeras décadas del siglo XX,
coincidente con los años de oro de la industria del licor y el repunte de la
productividad agrícola, vivió en Aiquile uno de los más extraordinarios personajes
nacidos en este terruño: Manuel Pascual Claros Rocha, conocido como el “Patty
Claros”. Este notable aiquileño, benemérito de la Guerra del Pacífico y promotor
de la creación de la Provincia Campero, descolló por muchos años, merced a su carácter
dinámico y sus relevantes dotes intelectuales, en la escena social e
intelectual de nuestro pueblo.
Al estallar la Guerra del Pacífico en marzo de 1879,
Claros Rocha organizó en nuestro campanario, el escuadrón “Junín”, íntegramente
compuesto por voluntarios aiquileños, quienes con sus propios recursos, se
trasladaron hasta el frente de batalla, acometiendo un épico viaje, que los llevó
a recorrer miles de kilómetros de tortuosos caminos, a lomo de bestia, logrando
llegar desde el montañoso centro de Bolivia, hasta el escenario de guerra en
las provincias del litoral boliviano[1].
El desempeño descollante del Escuadrón “Junín”, en la contienda del Pacífico, se
evidencia porque dos de sus principales miembros – el propio Manuel P. Claros, además
de Arístides Viscarra – siendo civiles, fueron ascendidos a Teniente y Sub Teniente
respectivamente, por sus méritos de guerra.
El historiador Roberto Querejazu Calvo, en su monumental
obra “Guano, Salitre y Sangre”, cita una sabrosa anécdota de guerra, protagonizada
por el joven “Patty Claros”, que nos da luces sobre su talante vivaz e ingenioso.
Querejazu Calvo narra que, en vísperas de la batalla del Alto de la Alianza, Manuel
Pascual Claros Rocha, tuvo la singular ocurrencia de ponerse encima toda la
ropa que disponía, en la intención de “blindarse” y evitar ser penetrado por
las balas enemigas.
Después de sobrevivir la cruenta guerra, de regreso
en su pueblo natal, el “Patty Claros”, conjuntamente su camarada de armas Arístides
Viscarra, este último dueño de un inmenso latifundio, que se extendía por el
norte desde la zona de Puca Puca hasta el rio Mizque y por el Oeste hasta el límite
con la Provincia Mizque, ambos fieles devotos de nuestra Señora de Candelaria, acunaron
la inaudita idea de trasladarse hasta el vecino Perú, sede entonces de las
mejores corridas de toros de Sudamérica, para adquirir auténticos toro de lidia
y traerlos hasta Aiquile, con la intención de crear una estirpe de animales
bravos de sangre y casta, que animasen las tardes taurinas de la festividad
patronal.
Ante la incredulidad general, desafiando las burlas
de sus paisanos, y sorteando toda clase de dificultades, merced a su holgura económica
y una voluntad de hierro, Claros y Viscarra acometieron la empresa. Poco después,
una gran caravana, compuesta por voluntarios y apoyados por los mejores
sirvientes de sus haciendas, dotada de los mejores ejemplares de carga - mulas
argentinas y caballos de fina estirpe – partía hacia el Perú, con la singular misión
de hacer llegar hasta Aiquile, un hato de bravísimos toros de lidia, sorteando
inimaginables escollos a los largo de miles de kilómetros, recorridos a pie y a
lomo de bestia.
Meses después, la expedición al mando de Viscarra y
Claros, retornaba triunfalmente al pueblo. La noticia de su arribo corrió de
boca en boca como reguero de pólvora, atrayendo miles de curiosos que se
apostaron a todo lo largo de la Kjapac Calle (hoy calle Baptista) para
contemplar, con los ojos casi desorbitados por el asombro, el ingreso de los numerosos
jinetes y vaqueros de a pie, que habían logrado la épica hazaña de traer desde
el lejano Perú, un hato de feroces y bellos toros de lidia. Cada uno de los fieros
astados estaba sujetado por cuatro lazos, dos tirando hacia adelante y dos
frenando hacia atrás, evitando que el animal ataque a sus portadores. La mayor
parte de las bestias tienen un color negro azabache, brillante, unos cuantos
son de color blanco con manchas negras y algunos más de color marrón pálido,
todos de porte imponente, intimidante. El gentío, se apercibe que todos los
animales tiene rizada la pelambre de la parte frontal de sus cabezas y espontáneamente
surge un rumor, “takaumas, son takaumas”
La triunfal expedición se dirigió rápidamente a la
plaza principal, donde todos sus miembros, a la cabeza de Manuel P. Claros R. y
Arístides Viscarra, ingresando a la catedral, se postraron delante la maternal
imagen de la Virgen de la Candelaria. Una emoción profunda se apodera de los
presentes, con lágrimas en los ojos y nudos en la garganta, intensamente conmovidos
por la increíble y feliz hazaña, que la devoción y la fe había sido capaz de
promover. Más tarde el hato de toros bravos fue trasladado a los montes de
Cercado y Wara Wara, propiedad de la familia Viscarra, donde se criaron por
muchos años conjuntamente el ganado criollo; posteriormente algunos ejemplares
fueron llevados a los montes de San Silvestre, propiedad esta última de la
familia Amaya. Había nacido la legendaria estirpe de los takaumas.
Alberto
Cardona Grageda
Aiquile,
enero de 2013.
Dedicado
a Marco Cardona Olmos, Nicanor Montaño Camacho y Fernando Uriona Villalta,
aiquileños de corazón, sin cuyos aportes y entusiasmo, no sería posible este
relato.
Sentados en la parte central: Zenon Delgadillo y
Manuel Pascual Claros Rocha rodeados
por vecinos notables de Aiquile (1)
[1] Suarez Arnez Faustino, MONOGRAFIA: geográfica,
histórica, cultural y costumbres de la Provincia Campero, Capital Aiquile,
1958.